No vivir

Estoy harta. El ambiente en la discoteca es denso y pastoso, después de la tercera ronda de bebida de la casa y el discurso pendejo del libidinoso de Dar, quien dice que me conoce perfectamente, ha soñado conmigo antes de conocerme y me ha imaginado gritando de placer mientras me viola. Cerdo. Para evadirme, pienso en mi vecina. Tiene quince años. Me enteré con el revuelo de su fiesta, el desmadre y las vomitonas frente a mi puerta. Mi padre me envió a limpiar esa mierda. Mientras fregaba el piso, salió ella con su vestido rosa manchado del ron que escurría serpenteante de su hinchada boca. Caminando sin ruta, tropezó con sus inusuales zapatos de tacón y la salvé de incrementar sus manchas con el viscoso mole semidigerido del suelo. En mis brazos, lo único que acerté a hacer fue levantarla y arrojarla de nuevo al ruedo orgiástico en que se había convertido su casa. Casi no me doy cuenta cuando Dar me silba que va al baño. Mejor me hubiera gritado que se iba a hacer una puñeta en mi honor. Me da asco. Me da asco como la estridente música, las bebidas hechas con orines, los hombres reptando sus miradas como gusanos putrefactos en las nalgas con minifaldas. Me da asco.

Mi náusea amenaza con convertir mi lugar de la barra en un inodoro. Me levanto a bailar para que se me baje un poco. Es difícil bailar con el suelo con tanto movimiento, como de cama de agua, como de mar o de naufragio. Bailo sola, lanzando sin piedad mi cabello contra los pelos de púas de al lado. Una señora se pone a bailar conmigo. Se ve anciana a sus treinta anos, entre todos los chavos de veinte que andamos ahí. Hasta eso tiene buen cuerpo. Cuerpo. La borrachera se me baja un poco, lo suficiente para sentir el jadeo cercano de la mujer, y su deseo reprimido acercándose a mí. Se acerca y le empiezo a arrojar mi cabello. Ella cierra los ojos y comienza a gemir de placer. Me empieza a excitar. En un acuerdo tácito, nos dirigimos al baño juntas. Ya dentro, siento como sus senos calientes se frotan a mi vestido y me susurra al oído que vayamos a su casa. En otra ocasión le hubiera escupido a la cara que era una puerca puta senil, pero yo también estoy urgida y deseo alejarme de ese antro. Le digo que sí y le muerdo un labio, con lo cual casi se viene ahí.

Un poco recuperada la serenidad, salimos. Ella conduce. No se por dónde vamos. A veces estoy lúcida y veo lineas fosforescentes alrededor del carro, o mientras eructo con el riesgo de arrojar el licor en el tapete, ella me acaricia con urgencia la pierna, o todo se vuelve borroso, o le miento la madre a los transeúntes.

De buena gana me hubiera arrastrado del auto a la puerta, pero desisto al sentir lo duro del pavimento y al recordar que las medias son nuevas. Es una casa lujosa. Entro. Ella sube las escaleras con prisa y la persigo. Me siento una imbécil. Cuando llego al cuarto, cierra la puerta con seguro y se prende de mis labios. Reacciono de manera animal. No hacemos el amor; solamente es una sesión de sexo. Me rasga el vestido y le deshago el sostén. Lamo su cara e intenta comerse mi oreja. Eso me lastima y con furia le muerdo los pezones, pero ella sólo jadea y gime. Ella tiene como tres orgasmos. Realmente lo necesitaba. Yo aún no tengo ninguno, pero ella frota y araña mi pubis de tal manera que hubiera preferido no tenerlo.

Ella jadea por un rato y se duerme. Necesito un baño. Abro el armario y tomo algunas ropas: las que traía están desgarradas. Una camiseta, unos calzones y una gabardina. Entro en su baño. Me veo en el espejo. Me siento como me veo. Pura mierda. Me doy cuenta que tengo un moretón en un pómulo y me sangra la oreja. !Novedad! Ahora menstruo por la oreja. La repulsión me domina. La repulsión a todo. La luz. El espejo. Mi cara. El jabón. Los azulejos. La taza. La tina. Todo me da asco. Es repugnante. Tanta limpieza e hipocresía, tanto dolor, tanta miseria, tanto vacío. Vacío. ¿Vale la pena? Tengo ganas de destrozar el baño, pero me detengo. Parece que todavía hay algo en mi de humano. Salgo y recorro la casa para tranquilizarme. Me echo un pedo, que parece indicar el fin de la borrachera. En la boca traigo el sabor de haber masticado una bolsa de alfileres. Camino. Veo una puerta, y por debajo se expele un suave aroma que me molesta. Abro y entro. Es un niño. Tiene como tres anos y esta dormido. Lo observo. Es increíble como un niño así se convertirá, con ayuda de su puta madre, en un asqueroso y repulsivo hombre como su padre, que no puede satisfacer a su esposa, ni a su amante, ni al jefe, ni a sí mismo; que se da asco, enfermo, confrontado con las manos vacías ante la vida, sintiendo ese hueco que le impulsa a levantarse día tras día para tratar de llenarlo, y al acostarse, darse cuenta que sigue ahí, molesto y enviciante, que seguirá así hasta morir, y al fallecer, todos, para ocultar su hueco, dirán que era muy bueno, y en lugar de escupir en su lápida, le darán flores más apestosas que un gargajo. Una vida hueca, como la de miles, la de millones, la de todos. No. No. No me puedo resignar a ver desde aquí, como pendeja, la manera en que se deshace su pinche vida en el vacío de un agujero negro, negro como el caño, negro como el coño.

No lo voy a permitir. Hay un juego de madera, un columpio. Ya no lo va a necesitar. Arranco una viga y la parto a la mitad. Como esperaba, ahora tiene una punta astillosa. Sigue durmiendo. Clavo la estaca en su vientre, pero no pasa nada. Es una eternidad entre el momento del golpe y la sangre. Es sólo un hilo. Saco la estaca y la entierro con más furia. No esperaba esto. El niño despierta mientras sus vísceras explotan, se escurren en la cama y me manchan. El alarido despierta a la lujuriosa madre. Cállate. Es muy dura su cabeza, pero para que se calle, utilizo la otra mitad del palo y empiezo a desbaratarle el cráneo. Salpica más sangre y no me deja ver, pero no me importa. Cada vez se siente mas blando, pastoso. Viscoso. No me he dado cuenta cuando dejo de gritar, pero ya no lo hace. Me detengo. Volteo a la puerta y ahí está. La madre. Aún está desnuda y se ve el perlado sudor sobre sus hombros. Inmóvil. Inmóvil. No hace nada. ¡NO HACE NADA! Acabo de convertir a su hijo en una masa amorfa de carne, y sólo se queda mirando. Todo me rechaza y me abomina: la cama, los juguetes, el mutilado columpio, el tapiz decorado con osos de peluche, el hedor que invade el cuarto. Todo menos la madre. Ella solo ve. No metió ni un pinche dedo para evitar la carnicería. Solamente ve. Igual que haría el padre del niño. Igual que mi padre, o su padre, o su madre, o la mía, o cualquier padre o madre. Igual que todos. No lo puedo soportar. Su reflejo en el espejo esta más vivo que ella. Ella no hace nada. Grito. Con mi puño destrozo el maldito espejo. No debo seguir viendo. Tengo que hacer algo. Tomo uno de los pedazos ensangrentados y lo guardo en mi bolsillo. Tomo otro y me dirijo hacia ella. No hace nada. Estallo.

Empiezo a golpearla en la cara. Se ve grotescamente caduca con la sangre en su rostro y con la cara de repulsión hacia mí. Pero no hace nada. Con los puñetazos y las patadas, la empujo hacia la escalera. Un último golpe y ella rueda por los escalones sin proferir un solo quejido. Bajo lentamente para ver mi obra. Pero ella aún vive. Me recuerda a mi muñeca de trapo. Tomo su cabeza y estrello una y otra vez su cabeza contra el escalón, hasta que su cuello forma un ángulo imposible con el cuerpo, y se desliza una tibia corriente por la boca. Veo su cuerpo desnudo y pienso en el desperdicio de carne presente. Le doy un beso en la boca y salgo de aquel lugar. Llueve.

No se dónde estoy. Camino haciendo eses. Me duele todo el cuerpo de todo mi esfuerzo. Ya no quiero hacer más. La calle está oscura y de bajada. El pavimento se siente fresco bajo mis pies desnudos. Veo luz abajo. Abajo. Continúo. Llego a una avenida. Es triste. Es triste ver como va muriendo poco a poco toda esa gente encerrada en sus cápsulas metálicas, sin otra relación entre sí de seguir las mismas señales, los mismos caminos. Me molesta. Me irrita. Me trastorna. Me dan asco. Quiero escupirles en la cara, pero solo mancharía su linda coraza de una línea transparente y fugaz, borrada por la lluvia pertinaz. No va a terminar así. Me acerco a un árbol. Duro. Fálico. Volteo y doy la mejilla. Golpeo mi rostro contra la árida superficie humedecida. Dejo una marca de sangre. Se ve asqueroso. Me gusta. Creo que me rompí la quijada. Se oyó el crujir del hueso contra la madera.

Escupo sobre cada parabrisas, disfrutando la mirada de repugnancia de los conductores. Ahora van a tener trabajo los que limpian los cristales. ¡Miren lo que hago, bastardos! Siento que la lluvia quema mis llagas y me da un doloroso alivio. Me dirijo a una mancha de verde sembrada con pasto. La luz mortecina de la farola indica que se extingue la tormentosa noche, comenzando a acallar a mi demonio.

No lo puedo creer. No. Junto a aquel árbol se encuentra ella. Mi vecina. Me está mirando. Me está mirando y me espera. No puede ser ella. Me acerco lentamente con el temor de que sea un espejismo o una burla. Pero ahí está. Pálida y bella. No puedo contenerme. Corro a abrazarla y a cubrirle de besos el rostro y a jurarle mi amor no no me voy a ir te amare por siempre te amo te quiero no sabes que estoy loca por ti no me importa si tu no me amas y… Me interrumpe. Me dice débilmente que ella me amó desde la primera vez que me vio. Se desvanece. No entiendo. Siento la corriente cálida que mana de su cuello. Malditos. Le han cortado y mana sangre como libación inútil. Esta muriendo. Dar sale de las sombras y se ríe. Se ríe el monstruo diciéndome que conocía mi amor por ella, y que ahora sin estorbo alguno seré suya. Basta. Ya no puedo mas.

Asiento. Le digo que se acerque y que deseo besar su pene. Se acerca confiado y se baja el cierre. Repulsivo. Me acerco. No tiemblo cuando saco el pedazo de espejo de la sucia gabardina y de un solo corte desprendo un testículo y dejo colgando el otro. Siento la tibieza de su orgasmo rojo arterial sobre mi rostro. No grita. Palidece y cae de espaldas. Me vale madres si está vivo o muerto. No será por mucho tiempo. Ya me voy. Tendré de compañera de viaje a mi vecina que no se atrevía a confesar nuestro amor y ya no veré mas a mis padres, ni a la calle, ni la casa, ni los niños, ni nada, excepto tú, amor. Acompáñame. Que más da si el viaje es en el agua del drenaje, o el aire frente a un edificio alto, o la quemante caricia de un arma. Contigo no temo. Soy libre por fin. Por fin. Yo te cargo en mis brazos. Caminar. Caminar. Caminar. Caminar. Caminar.

Caminar…

escritos/no_vivir.txt · Última modificación: 16/02/2009 16:13 por cfuga
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